¿Alguna vez te has preguntado por qué el Día del Libro se celebra el 23 de abril? Esta fecha fue elegida porque coincide con el fallecimiento de autores icónicos como Miguel de Cervantes, William Shakespeare e Inca Garcilaso De la Vega.
Aunque nuestra pasión es el flamenco, la danza, el yoga… hay tiempo para todo en la vida.
Por eso queremos celebrar este día contigo y, que mejor manera de hacerlo que leyendo. El cuento que hemos seleccionado para tí no es un fragmento de El Quijote, ni de Hamlet, pero confiamos en que lo disfrutarás igualmente.
érase una vez en miyajima

Yamato Kimura dejó su casa atrás y como todos los días comenzó el paseo por las humildes calles de su aldea en Miyajima. El señor Yamato era un hombre respetado en la comunidad, que nunca había tenido mala palabra ni un defecto del que se le pudiera acusar.
Trabajó durante muchos años con total dedicación para una empresa en la fue ascendiendo de categoría por sus merecimientos. Inteligentes inversiones según algunos, fruto de información privilegiada, ahorro y esfuerzo le permitieron acumular una fortuna, o al menos eso se suponía pues de hecho el señor Kimura no había cambiado a penas su ritmo de vida. La misma casa donde crecieron sus hijos y murió su esposa, coche discreto, vida sencilla… acaso su fortuna fuera solo un mito.
Caminaba despacio saludando a todo el que encontraba a su paso. El día era gris y una lluvia fina le refrescaba los pensamientos que ardían desde hacía tiempo en su cabeza. La ruta era siempre la misma, hasta la costa. Veía el mar, se sentaba frente a él a reflexionar durante media hora de inmovilidad absoluta. A la vuelta, en el establecimiento de su amigo Yuzuro se sentaba para tomar un té y charlar sobre lo importante y lo banal. Eran momentos de paz que antaño agradecía su espíritu cuando el trabajo lo agobiaba y que ahora necesitaba como parte irrenunciable de su vida. Yuzuro y él eran amigos desde niños.
Para todos los que le apreciaban fue una sorpresa ver que nada cambiaba cuando Yamato se jubiló prematuramente. Dijo que estaba cansado, que ya no tenía responsabilidades familiares y que el dinero ahorrado le bastaría.

Aquel día a Yuzuro le pareció que su amigo estaba especialmente alegre, casi raro. Le habló de lo hermoso que encontró el mar y le contó lo que su hijo mayor le había comunicado ilusionado por teléfono, que iba a darle un nieto. Y fue así como el té dejó paso al sake para celebrar la vida que venía. Yuzuro se tranquilizó, tal vez la idea de ser abuelo era lo que daba un aire distinto al rostro de su amigo.
El señor Kimura caminó despacio por las humildes calles de su aldea de regreso a casa. Aquel hombre menudo formaba ya parte del paisaje. Los muros se volvían más verdes con la lluvia que no cesaba, la tierra más oscura. Mezclábanse los aromas del bosque cercano con los de los jardines de sus vecinos, todo envuelto en la brisa que llegaba del océano.
Durante meses el señor Yamato había trabajado insonorizando uno de los cuartos de su casa al tiempo que lo llenaba de altavoces y espejos. El suelo era de un tipo de madera especial que compró a un importador de la ciudad a precio de oro. ¡Será por dinero! Como todas las noches entró en la habitación secreta. Cambió su ropa tradicional por una camisa negra y un apretado pantalón. En los pies zapatos con remaches metálicos.
Música bien alta en el equipo Toshiba, echaba la cabeza atrás, erguido, y se soplaba el flequillo en un gesto lleno de gracia que borraba a Yamato para convertirlo en Pepe el Japonés. Los primeros taconeos sobre la tarima despertaban como truenos su corazón y la luz del sol iluminaba su alma flamenca. Bailaba sin descanso con el poderío que solo proporciona la pasión. Jaleaba con gozo a veces, cantaba asfixiado por el esfuerzo y giraba, zapateaba con fuerza y se dejaba llevar desafiante hasta un éxtasis total de sudor, ritmo y libertad.
Yuzuro tomó la carta que había aparecido en su buzón sin remite. Era la primera carta escrita mano que recibía desde hacía años. Supo que se trataba de algo importante, se sentó en el porche y lentamente, con reverencia sacó el papel. Yamato se despedía de él y le comunicaba que se iba a España, a aprender flamenco, que el tiempo se pasa y hay que arrancarse a bailar y a vivir. ¡¡¡Agua!!!
Paloma Rey

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